No quiero cerrar el año sin despedirme de nuestros lectores, y la última intervención de mi querida María Lía Pópez(*) me proporciona una excusa excelente.
Leí su nota con fascinación, varias veces, seguí sus floreos lingüísticos mediante los cuales me llevó desde Philip Dick hasta el peronismo, desde los lugares comunes hasta los lugares por descubrir, desde lo dicho hasta lo no dicho, desde el veneno hasta el antídoto. Fascinación que no menguó ni sobre el final, cuando en ejercicio de un honesticidio intelectual abrumador reconoció que no sabe cómo se hace todo lo que propone (no será tan así si la nota ha conseguido su propósito).
Pero con la misma honestidad intelectual tengo que afirmar que los mecanismos del lenguaje que María Lía propone investigar ya son usados a diestra y siniestra aquí y ahora con cualquier intencionalidad y objetivo, no para “aumentar la calidad del debate”(**), sino, muchas veces para disminuirla o anularla.
Trataré de demostrarlo contando cómo se incendian las naves en mi universo. Ese universo son las pequeñas reuniones familiares, políticas, laborales, a las que he tenido ocasión de concurrir en este fin de año.
Allí me encontré con dos mundos: los que, en nombre de la política, la familia, o la fuente de trabajo, consideran necesario aliarse con todos, y los que, en nombre de esas mismas cosas o de otras, odian a todos (no voy a decir en cuál de los dos mundos me encontraba yo, pero ustedes se lo imaginarán).
No es mi intención desmenuzar ambos mundos (motivaciones, quienes lo conforman, que funcionalidad tienen, etc.) porque me alejaría de lo que quiero decir.
Me interesa solo un aspecto: el uso del lenguaje. Porque en ambos grupos el lenguaje era un arma de guerra. Disfrazada, eso sí, de herramienta comunicacional, por lo tanto imperceptible. Y aquí, el procedimiento novedoso (por lo menos en este contexto) se me hizo patente en toda su magnitud: es así que escuché criticar a los hijos pero para dar la impresión de ser la familia modelo, observé peleas que en el fondo pretendían demostrar la tolerancia que se tenían los contrincantes, presencié "renuncia de principios" que solo apuntaban a mantener en pie frente a los demás, firme en sus principios, a quien renunciaba. En fin, cosas por el estilo, no importaba que se alternara pendularmente entre el amor o el odio al resto de la humanidad.
Y a la vez, la mayoría, yo mismo incluido, convertidos en testigos felices de este procedimiento, desarmados, sonrientes, crédulos o no tanto, pero complacientes al fin. Mirando desde afuera cómo se tejían y se destejían y se volvían a tejer con otro punto -o con el mismo- las mantas con las que nos taparemos en el 2012.
Yo, que no soy polvorita, pero siempre me las ingenio para meter alguna frasecita incómoda, una opinión polémica o un adjetivo provocador, de golpe me ví -al día siguiente, cuando me miré en retrospectiva- sentadito de lo más disciplinado, acompañando con risas o comentarios al tono el discurso de padres de familia, parejitas pintorescas, compañeros y amigos conformistamente disconformes.
¿Cómo intervenir en esas circunstancias? ¿Cómo ir por más cuando el propio lenguaje ha ido achicando la brecha entre las posiciones antagónicas, y ahora se monta sobre una o sobre la otra –para defender, por ejemplo, los alineamientos o las rupturas - con la misma facilidad? Y solo después de un buen rato, justo cuando el malestar empezaba a aflojar por el solo transcurso del tiempo –que junto con la saliva son las grandes herramientas de la “generación de conciencia” a través del discurso- comenzó a resonarme una palabra en la cabeza: "entrampado".
Entrampado en la inacción. Sin poder pasar del lugar de testigo presencial, ahora sí, entrenado y con los ojos abiertos (¿para qué?), al de protagonista que participa en los espacios de poder donde se decide todo lo importante.
De pronto se me apareció, en lugar de la bella y misteriosa cara de Rachael llamándome a escribir, el joven rostro muerto de Laura Palmer, inmóvil, azul, silencioso, disuadiéndome. No sé qué tipo de asociaciones acudieron a mi cabeza, seguramente son inconscientes y por eso no me gusta investigarlas, que queden como lo que son.
Sólo atiné, como huyendo a toda velocidad de un designio antes de que se cumpla, a sentarme frente a la computadora para sacudirme los fantasmas. Con la convicción intacta, o -en el peor de los casos- con ese resto de lucidez o última señal de resistencia que a algunos enfermos con daños neurológicos los lleva a afirmar "me acuerdo que me olvido" aquí estoy María Lía, respondiendo a tu llamado. Sin emoticones de felicidad que adornen el envío, pero con los mismos deseos de Victoria de siempre.
Ricardo Forster (h) (menor)
La Plata, 25 de diciembre de 2011
La Plata, 25 de diciembre de 2011
(*) “SABE/CONTESTA” en: http://www.clasemediak.blogspot.com/search/label/Editoriales%20clasemedierasK
(**) “¿HAY VIDA LUEGO DEL 10 DE DICIEMBRE?” en: http://www.clasemediak.blogspot.com/search/label/Editoriales%20clasemedierasK
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