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domingo, 24 de febrero de 2013

AMENAZA DE VIOLACION



AMENAZA DE VIOLACION.
Del disciplinamiento ancestral al colectivo femenino a la reubicación de los cuerpos en el espacio social.
“Cerró la puerta
puso la traba
me escapé por la ventana”
Gilda

No hace falta ninguna encuesta: el miedo a la violación es únicamente de las mujeres. Y casi todas las mujeres tienen, o han tenido en algún momento, el temor de ser violadas. Las travestis no son una excepción, sino por lo contrario la más triste demostración de la regla: basta asumir el rol de género para correr los mismos riesgos que las mujeres.
El temor camina con nosotras desde niñas, nos acompaña a todos lados como esas nubecitas de tormenta de las historietas. ¡Qué alivio ser hombre y andar por la vida sin ese peso!
¿Cómo llegó el temor y se quedó en ese lugar privilegiado? Hemos cambiado de ciudad, de casa, de pareja, de orientación sexual, de estado civil, de trabajo, de roles, de gustos, de ideas, de psicólogo, de corte de pelo, de peso, de edad, hijas, madres, abuelas, y sin embargo…. el temor sigue ahí, a veces invernando tranquilo como un oso, a veces feo y furioso como un oso. Tan cerca nuestro. Siempre.
Por supuesto que nos lo dijeron expresamente: cuidado que te pueden violar. Pero también nos lo dijeron desde la noche de los tiempos de mil maneras indirectas: ya sos una mujercita, no te pongas esa ropa, no vuelvas sola, no salgas de noche, no te vayas lejos, no hables con desconocidos, no dejes entrar a cualquiera, no des tus datos en internet, cerrá con llave, llamá a un remise de confianza, las apariencias engañan, desconfía, cuidate, es peligroso, tu cuerpo es un tesoro, los hombres tienen más fuerza. Y por supuesto hemos visto películas horribles donde nos mostraban lo que nos podía pasar si no cumplíamos alguno de estos mandatos. La escena tan temida representada con lujo de detalles, vidas prometedoras destruidas, familias destrozadas, proyectos truncados, impotencia, humillación. Los medios de comunicación masiva sin duda refuerzan el mensaje del miedo haciendo que las víctimas digan (o editando) lo que ellos quieren oir. Si el violador es un ser execrable aun para los que delinquen, si hasta los códigos carcelarios imponen un castigo ejemplar, entonces la víctima, cosificada, no puede sino sentirse menos que cero, en el último peldaño de la escala social. ¿No ubicaba el código penal a la violación dentro de los delitos contra el honor? Y el honor mancillado no tiene reparación. No hay escapatoria.
Sin embargo…. ¿Vale la pena el miedo?
¿Sabemos qué cantidad de mujeres son violadas? (en el año 2008 en la Provincia de Buenos Aires la tasa fue de 2,2-5,3 c/100.000 hab., fuente: http://cdi.mecon.gov.ar/docelec/va1026.pdf; mucho menor que las muertes por causa del tránsito, ver: http://www.luchemos.org.ar/es/estadisticas/muertosanuales/muertos2008).
¿Y no ocurren gran parte de esas violaciones en el seno de esa familia que nos abraza y nos protege del afuera?
La militancia contra el miedo a la violación debe sortear varias trampas. La primera, y aunque parezca mentira, cabulera (sería interesante investigar la incidencia de las supersticiones en nuestra vida diaria, nos llevaríamos una sorpresa). ¿Para qué hablar, para qué arriesgarme? ¿Para qué desafiar al destino? La frase popular “decís eso porque a vos no te pasó” nos resuena en los oídos como un mantra. ¿Y si por hablar de más nos pasa? No olvidemos que ponemos en juego nuestro propio cuerpo. Mejor no alterar el statu quo. Sigamos calladitas, mirando televisión en una casa rociada con Lisoform, que es más seguro.
La segunda nos enfrenta con el modelo de “buenos padres”. ¿Somos capaces de dejar que nuestra hija regrese caminando sola a las dos de la mañana? ¿Qué baje sola desde Salvador de Bahía pasando de un micro a otro durante tres días? ¿Qué recorra las quebradas de Salta sin más compañía que un celular, para la ocasión sin señal? ¿Qué vaya a la cancha con pollera corta? ¿Qué no nos conteste los mensajes o no nos llame durante una semana?
¿Nos bancamos la etiqueta de “desamorada”, “abandónica”, “mala madre” si algo le llegara a pasar? El mecanismo de represión social se encuentra reforzado por todos lados. Si superamos el miedo y la angustia de dejar que nuestras hijas vivan en libertad, la culpa por no cumplir el rol maternal “como es debido” está esperándonos del otro lado. Y sino, diremos que no es el miedo a la violación sino a la “inseguridad”, otro enmascaramiento que nos permite recrear miedos ancestrales como si fueran de hoy.
¿Cómo se le habla a una mujer que ha sido violada? ¿La sociedad permite que la mujer tome la violación sólo como un acto de violencia, despojándolo de todas sus connotaciones relativas al honor, la dignidad, el tabú del cuerpo y la sexualidad femeninos? ¿O la penetración en el “templo sagrado” exige un duelo patológico por parte de la mujer, que dé cuenta ante los demás de su resistencia a aceptar la “caída” para así demostrar que todavía es una mujer honesta? ¿O somos todavía algo que otro “posee”, una propiedad que los demás quieren mantener incólume, intacta, intocada, en buen estado de conservación?
Cuando las mujeres albañiles, colectiveras, militares, boxeadoras, jugadoras de fútbol, carpinteras, guardias de seguridad, dejen de ser una excepción, también deberá revisarse la idea de que el hombre tiene más fuerza. Porque es fácil ser el más fuerte con siglos de entrenamiento, autoconciencia y legitimación social. Y es fácil ser la más débil si nuestra herramienta más pesada es una aguja.
Lo era en 1847, cuando Charlotte Brontë hizo que Jane Eyre abandonara el bordado y subiera a los tejados de la casa para que por lo menos pudiera mirar el mundo que estaba fuera de su alcance por ser mujer. Hoy, ese gesto de rebeldía no ha perdido sin embargo su actualidad. Basta repasar las publicidades televisivas de productos de limpieza que nos muestran que el único lugar libre de gérmenes es nuestra casa.
Mientras tanto, afuera, en ese androceo gigantesco que es el Congreso de la Nación, pese a la ley de cupo, se les ha ocurrido aumentar las penas para los homicidios cometidos en razón del género. Desde aquí nos pronunciamos en contra de toda modificación a las leyes que implique penas más severas o más cárcel. Aún para crímenes aberrantes como el femicidio. Un cambio revolucionario (igualdad) no se logra dándole mayor poder a las instituciones de disciplinamiento, control y castigo más antiguas y tradicionales.
Señores diputados y senadores, no se queden tranquilos, no han cumplido. Dejen de hablar en nombre de las mujeres y pasen a la acción. Queremos que actúen en consecuencia, no seguir viéndolos confabular entre ustedes cuando se deciden las cuestiones importantes. ¿Dónde están las mujeres en ese momento? ¿Estarán en los talleres de género?
Hoy, un estrado judicial, una mesa redonda, una reunión de la CGT (cualquiera de las cinco), una comisión directiva, una mesa de enlace, una negociación sindical, una reunión de ministros o gobernadores o funcionarios o miembros de una organización política, un staff de empresa, un comité de ética, un consejo universitario, una cátedra, si están conformados exclusivamente (o casi) por hombres, ya no son creíbles. Pero no sólo no son creíbles si hablan de igualdad de género, no son creíbles si hablan de cualquier cosa, incluidas las cuestiones políticas.
Visualmente ya no son creíbles. Basta ver la foto, la imagen congelada, para comprender lo que está detrás.
Las mujeres seguimos militando con nuestro propio cuerpo por la libertad y la igualdad, pero ¿no es hora de que los hombres -empezando por los que tienen más visibilidad- también lo hagan, reubicándose en el espacio social de otra manera? Quien piense que ese movimiento sólo beneficiaría a las mujeres, no advierte que se encuentran en juego los mismos mecanismos obstructivos que dificultan una democracia menos delegativa, donde el ciudadano común pueda participar más allá del voto, y decidir sobre su propio destino.
La Plata, 24 de febrero de 2013
Mara Lía Popez

2 comentarios:


  1. Excelente María Lía!!!!!!!!!!!! Algo de eso pensaba en estos días, puntualmente en relación al uso del short y otras prendas de verano y la reacción masculina en la calle.... Comparto. Muchos besos

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  2. Me pareció mas que bueno este escrito de María Lia. y, realmente hablando de amenaza y realización de violaciones los datos son elocuentes. Quería decir alguito que me quedó haciendo un poquito de ruido.

    Si bien está claro lo que se expresa respecto de la cuestión de género siempre tan pregnante en nuestra sociedad, me quedé pensando en que la amenaza es para las mujeres. pensaba en los varones abusados.

    Creo es distinto en cuanto a las amenazas, a los dichos familiares alertando de los cuidados, no es tan frecuente ni tan explícito creo. Pero pienso que ocurre bastante más de lo que se sabe, que cuando a alguien le ha ocurrido, esto tarda mucho en ser dicho, que está en general bastante tapado, que también ocurre en general en la flia y/o allegados. No sé, las fotos que acompañan la nota hablan mucho respecto de la sociedad masculina y esto me parece muy cierto, es al pensar en la cuestión amenazante hacia la mujer, sin quitarle peso a esto, me parece tb necesario pensar en esa otra cuestión. Por qué no se sabe? Por qué el varón no lo dice? más allá de las cuestiones vinculares, psicológicas, etc. que puedan estar haciendo presión para ese silencio, hay algo más en ese silenciamiento? algo social? es parte del mismo machismo? Son preguntas que comparto. Gracias por compartir lo escrito. Cariños






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