AMENAZA DE VIOLACION.
Del disciplinamiento
ancestral al colectivo femenino a la reubicación de los cuerpos en el espacio
social.
“Cerró la puerta
puso la traba
me escapé por la ventana”
Gilda
No
hace falta ninguna encuesta: el miedo a la violación es únicamente de las
mujeres. Y casi todas las mujeres tienen, o han tenido en algún momento, el
temor de ser violadas. Las travestis no son una excepción, sino por lo
contrario la más triste demostración de la regla: basta asumir el rol de género
para correr los mismos riesgos que las mujeres.
El
temor camina con nosotras desde niñas, nos acompaña a todos lados como esas
nubecitas de tormenta de las historietas. ¡Qué alivio ser hombre y andar por la
vida sin ese peso!
¿Cómo
llegó el temor y se quedó en ese lugar privilegiado? Hemos cambiado de ciudad,
de casa, de pareja, de orientación sexual, de estado civil, de trabajo, de
roles, de gustos, de ideas, de psicólogo, de corte de pelo, de peso, de edad,
hijas, madres, abuelas, y sin embargo…. el temor sigue ahí, a veces invernando
tranquilo como un oso, a veces feo y furioso como un oso. Tan cerca nuestro.
Siempre.
Por
supuesto que nos lo dijeron expresamente: cuidado que te pueden violar. Pero
también nos lo dijeron desde la noche de los tiempos de mil maneras indirectas: ya sos una mujercita, no te
pongas esa ropa, no vuelvas sola, no salgas de noche, no te vayas lejos, no
hables con desconocidos, no dejes entrar a cualquiera, no des tus datos en
internet, cerrá con llave, llamá a un remise de confianza, las apariencias
engañan, desconfía, cuidate, es peligroso, tu cuerpo es un tesoro, los hombres
tienen más fuerza. Y por supuesto hemos visto películas horribles donde nos
mostraban lo que nos podía pasar si no cumplíamos alguno de estos mandatos. La
escena tan temida representada con lujo de detalles, vidas prometedoras
destruidas, familias destrozadas, proyectos truncados, impotencia, humillación.
Los medios de comunicación masiva sin duda refuerzan el mensaje del miedo haciendo
que las víctimas digan (o editando) lo que ellos quieren oir. Si el violador es
un ser execrable aun para los que delinquen, si hasta los códigos carcelarios
imponen un castigo ejemplar, entonces la víctima, cosificada, no puede sino
sentirse menos que cero, en el último peldaño de la escala social. ¿No ubicaba
el código penal a la violación dentro de los delitos contra el honor? Y el
honor mancillado no tiene reparación. No hay escapatoria.
Sin embargo…. ¿Vale la pena el miedo?
¿Sabemos qué cantidad de mujeres son violadas? (en el
año 2008 en la Provincia de Buenos Aires la tasa fue de 2,2-5,3 c/100.000 hab.,
fuente: http://cdi.mecon.gov.ar/docelec/va1026.pdf; mucho menor que las muertes por causa
del tránsito, ver: http://www.luchemos.org.ar/es/estadisticas/muertosanuales/muertos2008).
¿Y no ocurren gran parte de esas violaciones en el
seno de esa familia que nos abraza y nos protege del afuera?
La militancia contra el miedo a la violación debe
sortear varias trampas. La primera, y aunque parezca mentira, cabulera (sería
interesante investigar la incidencia de las supersticiones en nuestra vida
diaria, nos llevaríamos una sorpresa). ¿Para qué hablar, para qué arriesgarme?
¿Para qué desafiar al destino? La frase popular “decís eso porque a vos no te
pasó” nos resuena en los oídos como un mantra. ¿Y si por hablar de más nos
pasa? No olvidemos que ponemos en juego nuestro propio cuerpo. Mejor no alterar
el statu quo. Sigamos calladitas, mirando televisión en una casa rociada con
Lisoform, que es más seguro.
La
segunda nos enfrenta con el modelo de “buenos padres”. ¿Somos capaces de dejar
que nuestra hija regrese caminando sola a las dos de la mañana? ¿Qué baje sola
desde Salvador de Bahía pasando de un micro a otro durante tres días? ¿Qué
recorra las quebradas de Salta sin más compañía que un celular, para la ocasión
sin señal? ¿Qué vaya a la cancha con pollera corta? ¿Qué no nos conteste los
mensajes o no nos llame durante una semana?
¿Nos
bancamos la etiqueta de “desamorada”, “abandónica”, “mala madre” si algo le
llegara a pasar? El mecanismo de represión social se encuentra reforzado por
todos lados. Si superamos el miedo y la angustia de dejar que nuestras hijas vivan
en libertad, la culpa por no cumplir el rol maternal “como es debido” está
esperándonos del otro lado. Y sino, diremos que no es el miedo a la violación
sino a la “inseguridad”, otro enmascaramiento que nos permite recrear miedos
ancestrales como si fueran de hoy.
¿Cómo
se le habla a una mujer que ha sido violada? ¿La sociedad permite que la mujer
tome la violación sólo como un acto de violencia, despojándolo de todas sus
connotaciones relativas al honor, la dignidad, el tabú del cuerpo y la
sexualidad femeninos? ¿O la penetración en el “templo sagrado” exige un duelo
patológico por parte de la mujer, que dé cuenta ante los demás de su
resistencia a aceptar la “caída” para así demostrar que todavía es una mujer honesta? ¿O somos todavía algo que otro
“posee”, una propiedad que los demás quieren mantener incólume, intacta,
intocada, en buen estado de conservación?
Cuando
las mujeres albañiles, colectiveras, militares, boxeadoras, jugadoras de
fútbol, carpinteras, guardias de seguridad, dejen de ser una excepción, también
deberá revisarse la idea de que el hombre tiene más fuerza. Porque es fácil ser
el más fuerte con siglos de entrenamiento, autoconciencia y legitimación
social. Y es fácil ser la más débil si nuestra herramienta más pesada es una
aguja.
Lo era
en 1847, cuando Charlotte Brontë hizo que Jane Eyre abandonara el bordado y subiera
a los tejados de la casa para que por lo menos pudiera mirar el mundo que estaba
fuera de su alcance por ser mujer. Hoy, ese gesto de rebeldía no ha perdido sin
embargo su actualidad. Basta repasar las publicidades televisivas de productos
de limpieza que nos muestran que el único lugar libre de gérmenes es nuestra
casa.
Mientras
tanto, afuera, en ese androceo gigantesco que es el Congreso de la Nación, pese
a la ley de cupo, se les ha ocurrido aumentar las penas para los homicidios
cometidos en razón del género. Desde aquí nos pronunciamos en contra de toda
modificación a las leyes que implique penas más severas o más cárcel. Aún para
crímenes aberrantes como el femicidio. Un cambio revolucionario (igualdad) no
se logra dándole mayor poder a las instituciones de disciplinamiento, control y
castigo más antiguas y tradicionales.
Señores
diputados y senadores, no se queden tranquilos, no han cumplido. Dejen de
hablar en nombre de las mujeres y pasen a la acción. Queremos que actúen en
consecuencia, no seguir viéndolos confabular entre ustedes cuando se deciden
las cuestiones importantes. ¿Dónde están las mujeres en ese momento? ¿Estarán
en los talleres de género?
Hoy,
un estrado judicial, una mesa redonda, una reunión de la CGT (cualquiera de las
cinco), una comisión directiva, una mesa de enlace, una negociación sindical,
una reunión de ministros o gobernadores o funcionarios o miembros de una
organización política, un staff de empresa, un comité de ética, un consejo
universitario, una cátedra, si están conformados exclusivamente (o casi) por
hombres, ya no son creíbles. Pero no sólo no son creíbles si hablan de igualdad
de género, no son creíbles si hablan de cualquier cosa, incluidas las
cuestiones políticas.
Visualmente ya no son creíbles. Basta ver la foto, la
imagen congelada, para comprender lo que está detrás.
Las
mujeres seguimos militando con nuestro propio
cuerpo por la libertad y la igualdad, pero ¿no es hora de que los
hombres -empezando por los que tienen más visibilidad-
también lo hagan, reubicándose en el espacio social de otra manera?
Quien piense que ese movimiento sólo beneficiaría a las mujeres, no
advierte que se encuentran en juego los mismos mecanismos obstructivos
que dificultan una democracia menos delegativa, donde el ciudadano común
pueda participar más allá del voto, y decidir sobre su propio destino.
La Plata, 24 de febrero de 2013
Mara Lía Popez
ResponderEliminarExcelente María Lía!!!!!!!!!!!! Algo de eso pensaba en estos días, puntualmente en relación al uso del short y otras prendas de verano y la reacción masculina en la calle.... Comparto. Muchos besos
Me pareció mas que bueno este escrito de María Lia. y, realmente hablando de amenaza y realización de violaciones los datos son elocuentes. Quería decir alguito que me quedó haciendo un poquito de ruido.
ResponderEliminarSi bien está claro lo que se expresa respecto de la cuestión de género siempre tan pregnante en nuestra sociedad, me quedé pensando en que la amenaza es para las mujeres. pensaba en los varones abusados.
Creo es distinto en cuanto a las amenazas, a los dichos familiares alertando de los cuidados, no es tan frecuente ni tan explícito creo. Pero pienso que ocurre bastante más de lo que se sabe, que cuando a alguien le ha ocurrido, esto tarda mucho en ser dicho, que está en general bastante tapado, que también ocurre en general en la flia y/o allegados. No sé, las fotos que acompañan la nota hablan mucho respecto de la sociedad masculina y esto me parece muy cierto, es al pensar en la cuestión amenazante hacia la mujer, sin quitarle peso a esto, me parece tb necesario pensar en esa otra cuestión. Por qué no se sabe? Por qué el varón no lo dice? más allá de las cuestiones vinculares, psicológicas, etc. que puedan estar haciendo presión para ese silencio, hay algo más en ese silenciamiento? algo social? es parte del mismo machismo? Son preguntas que comparto. Gracias por compartir lo escrito. Cariños